domingo, 10 de abril de 2011

SEÑOR TIEMPO


Tengo un contrato a término con el señor Tiempo. Lo he conocido cuando apenas algunas moléculas insinuaban mi nombre. Dicen que nací en noviembre y aunque no lo recuerdo, creo haber firmado con una sonrisa  el avance de este señor por cada habitación de mi vida. Seguramente un día quiso acompañarme  y le dio la mano a mi sombra, a escondidas, en un complot indestructible como las letras de un verbo. Recuerdo el “Se nos hace tarde”, en boca de mi padre, de camino a la escuela.  Había Tiempo en su sombra también.
Fuimos pasando, no sé si nosotros o los soles, o las lunas. No sé si el Universo riega con gotas de Tiempo cada recoveco de su inmensidad o si el soberano se ha metido en la especie humana para tatuarnos la vida.
Un día conocí el fantasma de una estrella y a partir de ahí, le permití al Tiempo tropezar en mi hoja en blanco convertido en verso, y hasta elevarse como humo de incienso con el poder de la poesía sobre su cuerpo gastado.
No he sabido de él más que una sospecha. Alguien le llamó « tirano» y no ha habido respuesta del otro lado, pero a los relojes y a la agenda, que no tienen la culpa,  les corre por dentro la indignación.
El señor Tiempo trabaja conmigo y me dirige los pensamientos  a las siete menos dos minutos, antes de marcar tarjeta. He burlado su poderío quitándolo de mi muñeca, sin caso. Tengo noticias de él respirándome al oído, polizón de mi barco apurado.
No sé qué términos tiene el contrato ni cuando termina. Pero aunque sé muy bien que solo se quedará en mi sombra, he decidido rendirle homenaje.
A cada paso, le suelto poemas para simpatizarle.

Lucía Borsani / Segundo Encuentro Nacional de Cultura del PITCNT.
Dedicado a todos los trabajadores, en especial los que trabajan por la cultura.

martes, 5 de abril de 2011

GRACIAS POR EXISTIR

Mientras el traqueteo del autobús cumplía con los designios de la urbanidad, Melba insistía en hacer prolijo un trazo tan tembloroso como una emoción. Y a Luis, si es que le deparaba el destino un viajecito justo detrás de aquel asiento, le temblaría —quizá— la vergüenza, o el orgullo, o hasta la risa.
Pero si algo haría inmortal a su mujer, si algo sería más fuerte que el metal de aquella pizarra y si en verdad vale la pena desnudar el alma en un escenario público, es la posiblidad concreta de que a Luis, también agradecido por existir, le tiemble, nada más y nada menos, que el amor.

lunes, 4 de abril de 2011

IMPACTO AL CORAZÓN

Tomo el diario. No es necesario abrirlo porque en portada la fotografía de la guerra me bombardea la vista y el estruendo de la hoja es el mismo que el de una bomba, si del impacto en el corazón se trata.
Me he preguntado en milésimas de segundo qué hago aquí todavía.
Sospecho una tarea casi infinita que se resume en las cinco letras del vivir, pero el argumento no me alcanza.
Vuelvo a preguntarme y un sentimiento de culpa se instala, flojo y perverso, dispuesto a quedarse.
Alguien dijo alguna vez que todo lo que ocurre lejos o cerca tiene que ver con uno y la guerra, desde un diario casi tartamudo, me saluda como conocida.
La torta del mundo exhibe sus tajadas para festejar la muerte. Y se reparte maldita entre quienes ni siquiera piden probarla.
Vuelve la pregunta y se hace estribillo, hay guerra en los continentes y a la vuelta de mi casa, donde seguramente todo queda entre cortinas.
Inspiro el oxígeno que a veces me falta y siento viva una partecita del alma todavía.