domingo, 23 de octubre de 2011

EL CUENTO DE LA TÍA BEBA

Cuando era pequeña, esperaba la hora del «cuento de la tía Beba», que transcurría —ni más ni menos—  dentro del gigantesco cuadro que coronaba la estufa de su casa. Seguramente Matilde, mi abuela, no lo había pintado con ese fin, pero aquel cuadro invitaba a recorrerlo, entre sus árboles, el puentecito y el camino hacia la choza, con la vista y el oído atento a la imaginación de la tía.
El personaje, un conejito cuyo nombre no recuerdo, desplegaba sus aventuras ahí adentro, en el mismísimo óleo, con el milagroso suceso de no estar pintado siquiera.
Pero ninguno de los sobrinos cuestionó alguna vez a la abuela por no pintarlo, ni a la tía, por hacerlo el actor principal.
¿Quedarán tías Beba, alejadas de los ordenadores y otros aparatos electrónicos, dispuestas a inventar historias inolvidables para sus sobrinos de frente a un cuadro?
¿Quedan sobrinos que visiten a sus tías y esperen la hora del cuento como el momento de máxima fantasía a disfrutar?
Por si no quedan, de vez en cuando la visito y le hago memoria de mis recuerdos. Y, aunque su enorme imaginación ahora esté invadida por algunas desmemorias, eso no es ningún obstáculo: escucha mi cuento con ojos de niña.

Lucía Borsani./ Sobre imagen de autor desconocido (Fuente Internet).