sábado, 6 de julio de 2019

LOS LOROS CATÓLICOS


               
Gran problema en el barrio Las Palmeras: la vecina doña Fausta se queja de los loros que en bandada cruzan el pedazo de cielo azul que le toca y su sentimiento ha pasado a mayores. Su mente, ávida de drama en esa rutina mohosa  que vive, elucubra suciedad y bochinche. El asunto es que doña Fausta vive la vida tan desde adentro de su casa que podría decirse que tiene un problema personal con la naturaleza.
Aquella mañana la necesidad imperiosa de comprar víveres la hizo salir del hogar, en plena algarabía de los loros que estaban particularmente comunicativos. Cuentan que la vieron caminar muy rápido, con el ceño fruncido y un diario en la cabeza, del cual no se sabía  si estaba recién comprado y servía para cubrirse del sol, o era su escudo de protección contra posibles represalias de los loros en cuestión, imaginando que ellos tuvieran el sexto sentido de saber que la mujer— lisa y llanamente— los odiaba.
Aprovechando ese contacto con el prójimo, doña Fausta se puso a averiguar  donde se concentraban los nidos, considerando que el sonido aumentaba al pasar por determinados lugares y  llegando felizmente a localizarlos: las palmeras de los Francia. No eran los Francia vecinos de su devoción pero ahora  comenzaba a ver en ellos una actitud incivilizada indignante: ¡Albergar ese infierno de pájaros y mantenerse en la impunidad!
La obsesión va en aumento pero pocas son las probabilidades de solución. Adentro y afuera de su casa, el griterío perturba hasta el alma más reposada y doña Fausta comienza a entrar en una especie de posesión satánica que no va con su religión. El odio, como un volcán activo, comienza a desprender una lava que se contradice con su condición de mujer católica practicante, como siempre ha preferido definirse.
Todas las noches antes de lidiar con el sueño, pide a Cristo, a la Virgen y al santo patrono del día  la destrucción de los nidos con viento, granizo o lo que sea. Pero a la mañana, los loros parecen gozar cruzando la quietud de su ventana y hasta podría asegurar que se mofan de sus frustradas oraciones.
Pero no hay mal centenario se consoló  doña Fausta. Aún sin edad para ello, se alistó para entrar al convento de la ciudad más cercana que encontró en Google Maps. La aceptaron, porque la escasez de vocaciones permite hacer ciertas salvedades. Un examen oral con las principales oraciones y adentro.
Para ella, la paz y una austeridad elegida.  El convento no tiene palmeras y aquel odio se ha evaporado con el poder sanador del silencio. Ahora es la Hermana Faustina.
En el barrio Las Palmeras, la abundancia. Apenas pasados unos meses los Francia han montado un itinerario turístico con visitas guiadas que comienza en sus palmeras y recorre  todo el vecindario. La principal atracción es escuchar a loros que rezan, y lo hacen justo en las herméticas ventanas de doña Fausta, una mujer que descubrió su vocación religiosa a los setenta años de edad.



 © Lucía Borsani. /publicado en revista El Narratorio N° 40

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2 comentarios:

  1. El cielo ganó una santa, y los Francia, un buen negocio para salir de pronto de privaciones. Qué bien lo cuentas. Un abrazo y mi aprecio. Carlos

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    1. Carlos, aquí en mi barrio hay una palmera llena de loros, pero aún no se me ha dado por buscar un convento en Google Maps...me encantan. Gracias por pasar, un abrazo querido amigo.

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