Conocí las aceitunas en mis vacaciones mientras me
hamacaba en la plazoleta del pueblito de Guichón, a una cuadra de la casa de mi
abuela, esperando el momento en que me llamasen para almorzar. Alguien me dijo que al gran olivo que ofrecía
la sombra lo había plantado mi abuelo, recién llegado de Asturias, con
dieciocho años y una valija de sueños por delante. Desde entonces, mis
vacaciones ideales, no importa dónde ni cuándo, deben incluir un plato con
aceitunas en algún restaurante desconocido, a cuyo camarero siempre le hago la
misma pregunta “¿Lleva aceitunas negras o verdes?”. Nunca supe cuáles daba el
olivo de Guichón.
Lucía Borsani /Seleccionado en I Concurso de Microrrelato de Vivelibro Editorial de Madrid (gracias).
