miércoles, 29 de abril de 2015

SEGUNDA OPORTUNIDAD


Cuando era niña, aprovechaba las noches con luna para recorrer el perímetro de mi casa con mi pequeña bicicleta a mi izquierda. Ella era Platero. Y yo, yo. Le hablaba, lo recuerdo, aunque no podría precisar qué temas tratábamos, ella desde su silencioso rodar y yo desde mi parlanchina imaginación. En algún momento el paseo concluía, cuando me llamaban a cenar y el mandato paterno implicaba volver a la realidad.
Han pasado más de treinta años. Hoy recorrí las calles de Paysandú, mi ciudad, al costado de algunos caballos que me recordaron, por su mansedumbre, al burrito Platero. Pero esta vez no tenía nada para decirles, solo unas manzanas en mi cartera que terminada la marcha les pensaba convidar, si me lo permitían sus dueños.
Mi cerebro iba más rápido que piernas y patas. Había grabado ya en su memoria al carrero peinando la cola de su caballo antes de comenzar a marchar. También al niño que llevaba al suyo, que no tendría más de ocho años, la edad de mis juegos con la bicicleta. Le pedí permiso y le di una manzana, porque el animal se había puesto molesto y había que recompensarle las molestias.
En Paysandú manifestamos nuestro anhelo de abolir la tracción a sangre: ni animales esclavos ni humanos excluidos. Marchamos juntos, entreverados, con empatía y en armonía. Algunos tuvimos que comprender que hay personas que usan a los animales porque no les queda otra salida en la vida y dejamos de sentir encono hacia ellos. Entonces coexistimos aquellos que jamás podríamos obligar a un animal a trabajar con los que sí lo hacen a diario, empujados por una sociedad que no los incluye en ninguna senda y los discrimina con soberbia.
Cuando terminamos de marchar todos teníamos sed, pero el agua fue para los caballos. Y las zanahorias y manzanas, que devoraron con sorpresa.
Hubo micrófonos, pero pocos pudieron hablar. El representante de los carreros de Paysandú dijo “Solo voy a decir tres cosas….” Y la emoción no le permitió decir ni la primera. Aplauso general. Todos nos emocionamos, ninguno hubiera querido tener que hablar.
Los visitantes de Montevideo tampoco se libraron del nudo en la garganta, los amigos de Young, silenciosos, mostraban en su cartel la “Segunda oportunidad”.
Entre humanos y equinos, el perro callejero, dueño de la plaza, que como anfitrión no exigió más que sacarse una foto con los organizadores del evento.
Me volví pensando en Platero y su manía de querer beberse la luna cuando se reflejaba en el agua del río. Y la preocupación de su dueño cuando una espina mortificaba su pata. Grandes son los poetas que logran anclar el sentimiento en sus lectores, Juan Ramón Jiménez se encargó de sembrar en mí el amor por los animales de una manera sumamente eficaz: leyéndolo.
BASTA DE TAS dice el cartel. Vuelvo a la realidad.
Faltaron más candidatos a gobernantes, faltaron más niños, más adolescentes, más madres de familia, más empresarios, más soñadores, más artistas, más periodistas, más docentes…
Pero estuvimos los que —Dios sabe por qué— tuvimos que estar.
Y estarán los anónimos, las personas claves, los enviados de la Justicia Divina, los necesarios, como diría Galeano.
Sí que habrá segunda oportunidad.