Gran problema en el barrio Las Palmeras: la vecina doña Fausta se
queja de los loros que en bandada cruzan el pedazo de cielo azul que le toca y
su sentimiento ha pasado a mayores. Su mente, ávida de drama en esa rutina
mohosa que vive, elucubra suciedad y
bochinche. El asunto es que doña Fausta vive la vida tan desde adentro de su
casa que podría decirse que tiene un problema personal con la naturaleza.
Aquella mañana la necesidad imperiosa
de comprar víveres la hizo salir del hogar, en plena algarabía de los loros que
estaban particularmente comunicativos. Cuentan que la vieron caminar muy
rápido, con el ceño fruncido y un diario en la cabeza, del cual no se sabía si estaba recién comprado y servía para
cubrirse del sol, o era su escudo de protección contra posibles represalias de
los loros en cuestión, imaginando que ellos tuvieran el sexto sentido de saber
que la mujer— lisa y llanamente— los odiaba.
Aprovechando ese contacto con el
prójimo, doña Fausta se puso a averiguar
donde se concentraban los nidos, considerando que el sonido aumentaba al
pasar por determinados lugares y
llegando felizmente a localizarlos: las palmeras de los Francia. No eran
los Francia vecinos de su devoción pero ahora
comenzaba a ver en ellos una actitud incivilizada indignante: ¡Albergar
ese infierno de pájaros y mantenerse en la impunidad!
La obsesión va en aumento pero pocas
son las probabilidades de solución. Adentro y afuera de su casa, el griterío
perturba hasta el alma más reposada y doña Fausta comienza a entrar en una
especie de posesión satánica que no va con su religión. El odio, como un volcán
activo, comienza a desprender una lava que se contradice con su condición de mujer
católica practicante, como siempre ha preferido definirse.
Todas las noches antes de lidiar con
el sueño, pide a Cristo, a la Virgen y al santo patrono del día la destrucción de los nidos con viento,
granizo o lo que sea. Pero a la mañana, los loros parecen gozar cruzando la
quietud de su ventana y hasta podría asegurar que se mofan de sus frustradas
oraciones.
Pero no hay mal centenario se
consoló doña Fausta. Aún sin edad para
ello, se alistó para entrar al convento de la ciudad más cercana que encontró
en Google Maps. La aceptaron, porque la escasez de vocaciones permite hacer
ciertas salvedades. Un examen oral con las principales oraciones y adentro.
Para ella, la paz y una austeridad
elegida. El convento no tiene palmeras y
aquel odio se ha evaporado con el poder sanador del silencio. Ahora es la
Hermana Faustina.
En el barrio Las Palmeras, la abundancia. Apenas pasados unos meses los Francia
han montado un itinerario turístico con visitas guiadas que comienza en sus
palmeras y recorre todo el vecindario.
La principal atracción es escuchar a loros que rezan, y lo hacen justo en las
herméticas ventanas de doña Fausta, una mujer que descubrió su vocación
religiosa a los setenta años de edad.
O leer en línea la revista:
El cielo ganó una santa, y los Francia, un buen negocio para salir de pronto de privaciones. Qué bien lo cuentas. Un abrazo y mi aprecio. Carlos
ResponderEliminarCarlos, aquí en mi barrio hay una palmera llena de loros, pero aún no se me ha dado por buscar un convento en Google Maps...me encantan. Gracias por pasar, un abrazo querido amigo.
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